martes, 6 de julio de 2010

El fetichismo de la mercancía en la teoría económica

La economía clásica es expresión del conocimiento objetivo que avanza, por primera vez en la historia, en el descubrimiento de las determinaciones de lo que constituye, en la sociedad actual, la relación social general: la mercancía. Esta, en tanto producto del trabajo humano y forma concreta más simple de la riqueza social, tiene un doble aspecto: valor de uso (aptitud para satisfacer alguna necesidad humana en particular) y, a la vez, valor (o valor de cambio) es decir, capacidad para cambiarse, en determinada proporción, por un valor de uso distinto esto es, por otra mercancía. La capacidad o atributo del valor (o de la cambiabilidad) contenido en la mercancía es, en lo que mira la escuela clásica, fruto del trabajo humano. De este modo, Smith encuentra que existe una relación directa entre la cantidad de trabajo portada en un bien y el valor o capacidad de cambio de este. Ricardo avala el descubrimiento de Smith y agrega que el valor contenido en una mercancía es no sólo el resultado del trabajo empleado de manera inmediata en su producción, sino también del utilizado con anterioridad para fabricar los instrumentos de producción necesarios. Ahora bien, este avance dado por los economistas clásicos en el descubrimiento científico del valor de la mercancía como producto de la cantidad o del tiempo de trabajo social empleado en producirla, choca con un límite que les impide seguir avanzando en dar cuenta del rasgo histórico y particular de las relaciones sociales indirectas entre los individuos del modo de producción capitalista: la ausencia de vínculos personales directos (esclavitud, servidumbre, parentesco, etc.) entre los productores de mercancías y, por tal motivo, la posibilidad de estos de disponer de una conciencia y una voluntad libres para organizar su proceso de trabajo en forma privada. Vemos así que la economía clásica se obnubila ante el fetichismo de la mercancía y acaba por naturalizar esta forma histórica de relación social. En este sentido, tanto Smith como Ricardo conciben que el trabajo de la sociedad es realizado, en toda época histórica, de manera privada e independiente es decir, el trabajo es productor de mercancías por naturaleza y, por consiguiente, el ser humano es un individuo libre e independiente desde que existe como tal. Podemos encontrar una muestra clara y expresiva de cómo la economía clásica cae prisionera del fetichismo de la mercancía, en el hecho de concebir idealmente una hipotética sociedad en “estado rudo y primitivo” donde los seres humanos son libres e independientes entre sí e intercambian los productos de su trabajo. En este razonamiento, el trabajo humano es productor de mercancías por naturaleza y no existe, por consiguiente, otra forma posible de organización del trabajo de la sociedad que no sea a través del trabajo privado e independiente.
Si la economía clásica puede ser vista como expresión del avance del conocimiento científico por descubrir las determinaciones de la relación social general y de la forma mas elemental de la riqueza social en el capitalismo, que se ve truncado al no reconocer las circunstancias históricas que hacen posible que el trabajo social se represente como valor (la forma privada e independiente en que este se realiza); la economía neoclásica en cambio, es un burdo y grosero retroceso que, pese a presentarse y aparentar conocimiento objetivo, sólo puede ser la absoluta negación de éste. Desde el punto de vista de la economía neoclásica, la aptitud para el cambio que tienen los productos del trabajo social en el modo de producción capitalista (valor) brota de dos propiedades naturales e intrínsecas de los bienes (sean estos o no productos del trabajo): la utilidad y la escasez. De este modo, ya no es que las mercancías se cambian entre sí porque está en la naturaleza del ser humano que las produce, a través del trabajo, como tales (como sostenían los clásicos) sino que estas adquieren mágicamente dicha propiedad: “se establece entre las mismas una relación consistente en que (…) cada una adquiere, como propiedad especial, la facultad de cambiarse entre sí en tal o cual proporción determinada”. Vemos que el fetichismo de la mercancía adquiere en la economía neoclásica su máxima expresión ya que ni siquiera se concibe la mercancía como relación entre individuos abstractamente libres por naturaleza, como en la economía clásica, sino entre las cosas: “si el trigo y la plata tienen un valor concreto es porque son más o menos escasos respectivamente”. También se puede apreciar cómo, en otra versión del enfoque neoclásico, la mercancía y el aspecto históricamente específico de esta (el valor) es presentada como una relación natural entre el individuo y las cosas: “la utilidad marginal de una cosa, para una persona…”. Tan natural y obvia es la concepción neoclásica de la determinación del valor como atributo natural de las cosas, que para que vamos a molestarnos en utilizar palabras que objetiven la reproducción de lo concreto en el pensamiento, si con puras abstracciones matemáticas es mejor y mas fácil: “¿por qué obstinarse en explicar de la forma mas penosa e incorrecta (…) sirviéndose del lenguaje vulgar, cosas que, en el lenguaje matemático, pueden enunciarse en menos palabras y de una manera más exacta y clara?”.
Rubin entiende que el carácter históricamente específico de la mercancía no es la forma privada e independiente del trabajo social, sino que es el trabajo abstracto. De acuerdo al autor, el trabajo abstracto es algo distinto al gasto fisiológico o de energía humana: “el gasto de energía humana como tal, en un sentido fisiológico, no es aún trabajo abstracto, trabajo que crea valor”. Desde este punto de vista, Rubin separa idealmente lo que no son mas que dos modos de nombrar lo mismo es decir, el simple gasto de cuerpo humano o de energía corporal (músculos, nervios, etc.) independientemente de la forma concreta en que se lo realiza. A tal punto llega el idealismo de Rubin que se remonta al mundo de las categorías para el desarrollo de su explicación: “el trabajo abstracto no es una categoría fisiológica, sino una categoría social e histórica.” Categoría que, siguiendo al autor, no sólo es propia de la forma social donde impera la producción mercantil generalizada, sino que además es exterior al modo en que el trabajo se realiza: “el trabajo adquiere el carácter de abstracto sólo en la medida en que se desarrolla el cambio”. A continuación, Rubin incurre en una nueva separación ideal al considerar que el trabajo privado se convierte en social: “el trabajo de los productores de mercancías es directamente privado y concreto, pero adquiere una propiedad social suplementaria, ideal o latente, en la forma de trabajo general-abstracto y social”. De esto modo, se puede observar como Rubin termina cayendo en el fetichismo de la mercancía al naturalizar lo propio y particular de esta (el carácter privado y autónomo del trabajo social) e invertirlo en lo que es un aspecto correspondiente a toda forma histórica de organización del trabajo social: el trabajo abstracto es decir, el gasto de fuerza humana de trabajo de la sociedad sin considerar los diferentes trabajos útiles concretos en los que se emplea. Este gasto consiste en el consumo de energía corporal (músculos, cerebro, nervios, etc.) en un fin particular o sea, en un trabajo específico y determinado (trabajo concreto). Del mismo modo, no hay trabajo en particular y específico que no represente un gasto de energía humana ya que sin este el trabajo concreto es materialmente irrealizable. No existe por tanto, trabajo concreto que no sea, a la vez, trabajo abstracto y viceversa. Sólo la reproducción en el pensamiento de este doble aspecto del trabajo social, es lo que permite dar cuenta del trabajo abstracto como gasto material de energía corporal humana pero de ningún modo, como pretende Rubin, uno se puede convertir en el otro ya que están indisolublemente unidos. La forma privada e independiente con que se realiza el trabajo social es la que permite que la cantidad de trabajo abstracto socialmente necesario, se manifieste como el valor de las mercancías. El trabajo productor de mercancías es realizado por individuos que no están sometidos a relaciones de dependencia personal y que, por este motivo, pueden organizar autónomamente su proceso individual de producción. Se constituyen así fragmentos privados e independientes del trabajo de la sociedad que brotan de la ausencia de vínculos personales directos entre los productores. En consecuencia, el trabajo privado contenido en la mercancía es la forma que adopta el trabajo social en una época histórica en particular y no, como pretende Rubin, algo que exista al margen del trabajo social y que, a través del cambio o del dinero, se convierta en éste. Se puede observar entonces en él, la naturalización de la libertad humana y del valor al concebir como ahistórico la manera privada e independiente con la que se realiza el trabajo productor de mercancías.
En Sraffa también puede hallarse una expresión del fetichismo de la mercancía sólo con mirar, a simple vista, el inicio de su exposición: “consideremos una sociedad extremadamente simple que produce lo justo para mantenerse. Las mercancías son producidas…” En primer lugar, Sraffa parece concebir al trabajo humano productor de mercancías por naturaleza ya que, de otro modo, sería imposible concebir una “sociedad extremadamente simple” donde la producción mercantil tenga carácter general. Tal condición sólo es posible, en términos históricos, en el modo de producción capitalista (forma de sociedad que dista de ser siquiera simple).
En segundo lugar, aun si aceptáramos como válido el supuesto del autor de una sociedad “que produce lo justo para mantenerse”, tal situación es incompatible con la producción generalizada de mercancías debido a que ésta implica la ausencia de una potestad que determine la asignación de la fuerza de trabajo total, disponible por la sociedad, para la producción de los distintos valores de uso necesarios para reproducir dicha sociedad. Por consiguiente, ningún individuo es capaz de establecer por su propia voluntad y conciencia que es lo “justo” que la sociedad necesita para reproducirse. En otros términos, ningún productor de mercancía puede regir por propia cuenta el modo en el que el resto de los productores mercantiles organizan sus procesos individuales de trabajo, ya que son libres e independientes respecto de él y entre sí. Sraffa no llega a esto y termina por encandilarse con la apariencia fantasmagórica y mística que reviste la mercancía (en su expresión fetichista) al concebir el trabajo productor de mercancías como directamente social; pierde de vista así el modo privado e independiente con el que aquel se realiza.

Bibliografía

Ricardo, D.: “Principios de Economía Política y tributación” Fondo de Cultura Económica, México, 1994

Rubin, Isaak (1927), Ensayos sobre la teoría marxista del valor, Cuadernos de pasado y presente, 53, Buenos Aires, 1974

Smith, A.: “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”. Fondo de Cultura Económica, México,1994

Sraffa, Piero (1960), Producción de mercancías por medio de mercancías, Oikos-Tau, Barcelona, 1965

Walras, León (1874) Elementos de economía política pura (o Teoría de la riqueza social), Alianza Editorial, Madrid, 1987